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Cuando la idea de Bárbaro nació, nadie tenía en la mente una representación física de nada, lo único que se podía visualizar era la ilusión de todos.

Lo que sí teníamos claro era que teníamos que construir la casa por los cimientos. Estos cimientos no eran otros que los sentimientos que queríamos tener cuando estuviéramos en Bárbaro.

Bárbaro no podía ser una oficina al uso ni un coworking, tenía que ser “nuestro cortijo” y cuando decimos “nuestro” nos referíamos al de todos y cada uno de sus habitantes. Era imprescindible sentirse como en casa, reírnos, estar de cachondeo, trabajar, colaborar, generar negocio entre nosotros, gritar, tomar cervezas, hacer fiestas… Nada podía estar prohibido en Bárbaro.

Tenía que ser un espacio donde la creatividad no sea frenada por el respeto a mantener un espacio pulcro y limpio, por eso, si tienes que pintar con spray pintas, si quieres traer a tu perro lo traes, si quieres dormir te vas a la hamaca, y si quieres echar unas cerves, sólo tienes que proponerlo y alguien seguro que te acompaña (Javi es una apuesta segura). En Bárbaro se puede hacer lo que se quiera, la única limitación es el respeto al resto de Bárbaros.

Vista del Club Bárbaro una vez reformado / Fotografía: Carlos Alba

Por eso, Bárbaro como espacio se diseñó abrazando la imperfección, porque no queremos una oficina impoluta y no vivible, no queríamos que nuestros Bárbaros se sintieran como el niño que no puede hacer nada en casa porque todo se estropea, por eso la imperfección también forma parte de nuestro espacio: un techo de posguerra, un suelo de cemento en bruto pintado con osos, calaveras o pollos, suelos que si se estropean, se vuelven a pintar y «aquí no ha pasado nada», incluso árboles y plantas con sus cochinillas, que durante un tiempo fueron unas Bárbaras más (we miss u guys!)

En Bárbaro la gente hace lo que le pide el cuerpo: algunos van descalzos (los pijipis), otros leen en la hamaca a la hora de la siesta, y otros se desahogan con el saco de boxeo. Incluso los perros dan rienda suelta a su exaltación y hacen la fiesta del siglo cuando el de Amazon toca al timbre.

Bárbaro es un hogar para sus habitantes, es nosotros mismos hechos un espacio, está hecho por y para sus habitantes. Nuestra oficina no se diseñó para impresionar a nadie, pero gusta a todos, incluso a nuestros clientes grandes de empresas internacionales más serias. Bárbaro engancha, la gente quiere trabajar aquí, y no sólo por el espacio, sino también porque creativity, collaboration and love is in the air.

El proceso de reforma

La elección de la oficina fue muy difícil. Visitamos más de 40 hasta que vimos ésta e hicimos match. Es un hecho que daba pena verla tal cual estaba, pero le vimos su gran potencial. Situada en un lugar privilegiado, en Calle Fuencarral 123, junto a millones de bares y restaurantes, tiendas de ropa, cines, supermercados, zonas de cañas (Olavide y 2 de Mayo), entre los metros de Bilbao, Quevedo y San Bernardo, fuera de Madrid Central pero justo al borde. La zona no podía ser más perfecta.

Pero no todo era perfecto: por dentro estaba dejada de la mano de Dios: un estilo vintage decrépito, mezclado con un aire a oficina de los 90, oscuridad, desorden, desidia… Pero no fuimos superficiales y nos enamoramos de su base y potencial: muchas ventanas, ventilación, los metros justos que necesitábamos, dos zonas diferenciadas para controlar ruidos, (porque en Bárbaro no iba a haber despachos, todos somos iguales, así que todos estamos en la misma horizontal) y una arquitectura relativamente moderna que nos permitía eliminar la compartimentación. Un sitio 10!

Oficina del Club Bárbaro antes de ser reformada / Fotografía: Miguel Ángel Mayo

Así que llegó la hora del proyecto y la reforma. Había que convertir esa cueva lúgubre en algo que manifestara nuestra alegría, frescura, creatividad, energía, libertad, ganas de pasarlo bien y de disfrutar del trabajo y de lo bien que nos llevamos en Bárbaro, así que eliminamos la madera de suelo, las placas y luminarias noventeras del techo, pintamos los azulejos de los baños, dejamos los pilares en su hormigón en bruto y un montón de cosas más 🙂

Oficina del Club Bárbaro en plena reforma / Fotografía: Miguel Ángel Mayo

La oficina era un campo de batalla, pero de repente, se hizo la luz y el concepto se manifestó: Blancura, colores vivos y contrastes, un desorden intencionado que no parece desorden. Esa vida que llevábamos dentro de repente se vio en Bárbaro.

Vista del Club Bárbaro una vez reformado / Fotografía: Carlos Alba

Y para la decoración de paredes… ¿qué mejor que el propio talento que teníamos en Bárbaro? ¿Para qué recurrir a papeles pintados u otras técnicas si tenemos a Directores de Arte como Ángel Espinosa que pintan como Velázquez, pudiendo tener ademas exposiciones itinerantes de artistas de reconocimiento internacional? Así que nos pusimos a pintar, a «destrozar» con todo nuestro amor y arte nuestra propia casa, y a gestionar que el talento de otros muchos artistas del mundo se diera a conocer en Bárbaro. Y así seguirá siendo. Los dibujos de las paredes y suelos mutarán, desaparecerán o crecerán, las exposiciones se renovarán… una hiperactividad creativa que no deja espacio al aburrimiento.

Y así nació Bárbaro, y así seguirá siendo, un espacio creativo, colaborativo, horizontal, flexible, alegre, osado, vivo… justo igual que todos y cada uno de sus habitantes.

¡Ven cuando quieras! ¡Ésta es tu casa!

Miguel Ángel Mayo

Miguel Ángel Mayo

Socio fundador de Bárbaro. Diseñador de interiores e inconformista declarado.

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